Al inicio de la cuarentena creí que
podría afrontar un par de semanas aislado, es decir pasar esos 15 días en la comodidad
del apartamento en el que vivía. Mis roomies
habían vuelto a sus “aldeas” y me había quedado solo. Por mí no había problema,
creía estar habituado a la soledad. Siempre que lo comentaba me respondían con
un –Cómo puedes vivir solo ¿no te da pena, no te deprimes? –yo objetaba
diciendo que “era lo normal y parte de la adultez”. Unos días de completa soledad
me caerían bien, los aprovecharía para leer, ver algunas pelis y actualizar mis
listas de Netflix, así lo creí y lo
planeé.
Por ello apenas se hubo comunicado
sobre el encierro, dejé la sorpresa de lado y decidí atiborrarme de
provisiones. Justificaba el comprar como desquiciado con un “vives solo, tu
alimentación dependerá solo de ti”. Aunque no comiera mucho compré bastantes
víveres y cosas fáciles de preparar; enlatados, embutidos y procesados. Aun
cuando supiese muy bien cómo cocinar, durante los casi dos años que vengo viviendo
solo –los mismos que llevo en la universidad– he tenido por costumbre el comer
en la calle. Y es que la comida chatarra es la más fácil de encontrar. Salchipapas,
broasters y chaufas se habían vuelto mi dieta común y debido a su simpleza no serían
difíciles de preparar. 
Pasé dos semanas de cuarentena de
manera tranquila y tal como la planeé, pero ya estaba listo para el exterior.
Era el 25 de marzo –décimo día de cuarentena– cuando el presidente confirmó su
extensión por 15 días más. No lo podía creer, apenas había tolerado ese
periodo, no lo podría aguantar por mucho más. Soy alguien de pocas palabras, es
cierto –quien sea que me conozca lo podrá decir– pero ni fregando estoy
preparado para pasar tanto tiempo de completa soledad. Mi ostracismo siempre
fue por elección, nunca por obligación. Estar encerrado suponía limitar mis
interacciones a conversaciones de Whatsapp y quizá por ahí una que otra
llamada. Seguir así por 15 días más iba ser algo difícil hasta de imaginar.
Debía barajar mis opciones; ir a casa
de mi madre, visitar a mi padre y a su nueva familia o quedarme encerrado por
quién sabe cuánto más. Cuando lo puse en perspectiva la respuesta fue obvia; ir
con mi madre. Han transcurrido 4 meses de cuarentena y los he pasado junto a
ella. Me ha acogido nuevamente y la verdad no podría estar más cómodo. Es
extraño como al llegar me sentía raro, casi como invitado, a pesar de que casi toda
mi vida pre-universitaria la había vivido allí. Las cosas han cambiado, hoy sé que
me sentiré raro al partir, pero eso ya es historia post-cuarentena y espero
sobrevivir para poder contar. 
Escrito
por Germán Yuca Choque
 
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