Óscar Arce, ex jugador y ahora entrenador de la reserva del The Strongest, me llevó a un costado de la cancha, me preguntó mi edad, “16 años” le dije, dada la respuesta asentó con su cabeza y sacó de su bolsillo un papel impreso con el horario de los entrenamientos, que después lo tuve en mis manos. Al quedarme solo supe que me habían aceptado, corrí hacia el punto más alto de la tribuna, al llegar, lloré mientras veía el cielo paceño.
Tras terminar el colegio, tan solo tenía un objetivo, ser futbolista
profesional, como lo había soñado desde niño. Dicho sueño generaba una
complicidad entre mi padre y yo, por el contrario, la idea no era del gusto de
mamá, ella hubiese querido verme postular a cualquier universidad. Insistí
tanto que me dio una oportunidad, seis meses para conseguir que algún equipo
importante se fije en mí, fue entonces que planeé mi primera prueba, ¿el lugar?
La Paz, a 5 horas desde mi natal Puno.
No pasó más de una semana y en compañía de mi padre ya me encontraba en
rumbo a la que sería mi nueva ciudad. Conocía el trayecto de memoria y los
pueblos por los que tenía que recorrer, Chucuito, Acora, Ilave, Juli, Zepita y
finalmente Desaguadero, la frontera binacional. La cruzamos con el temor de
siempre y aunque no llevábamos nada ilegal, los pacos generaban en mí
una sensación de rechazo y miedo a la vez, en el momento de cruzar el puente
que nos daba la bienvenida a Bolivia. 
Ya en La Paz nos hospedamos en el hotel de siempre, averiguamos los lugares
de entrenamiento de los dos equipos representativos del país, Bolívar y The
Strongest. El destino no me quiso en el primero, las torrenciales lluvias de
febrero, impidieron que me probara en Tembladerani, sin embargo, el
clima no fue obstáculo para que llegara a Achumani3, la cancha donde
entrenaba la reserva era sintética, por lo que los entrenamientos no pararon. 
El desconocimiento de la ruta demoró mi llegada. El partido de práctica
estaba en marcha, esperaba mi turno ilusionado, hasta que finalmente llegó. El
frío se fue en un instante, até mis chimpunes y coloqué las canilleras debajo
de mis medias. Me golpearon y hasta me escupieron, no les gustan los nuevos y
mucho menos si eran extranjeros. Sin embargo, pude tocar el balón unas cuantas
veces. Papá me dijo que jugué bien, no le creí hasta el momento en el que el
técnico me anunció la buena noticia. Ya está, le dije. Sueño cumplido, me
respondió. 
 
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