“Es la mejor parte de toda la primaria”
decía Miguel “el viaje de promoción lo es todo” esa frase de mi mejor amigo de
primaria trae a mi memoria uno de los pocos recuerdos de mi niñez; mi primer
viaje de promoción. Recuerdo mi asombro cuando nos dieron a coonocer el destino
y como todos esperábamos que llegue el día de nuestro viaje. Y cuando así lo
hiso, entre gritos y bromas, mis amigos y yo ocultábamos el nerviosismo que nos
generaba esta experiencia, la que me daría una nueva perspectiva de las cosas.
No recuerdo cuánto fue que el viaje
duró, pero sí que cuando llegamos a nuestro destino estábamos todos ansiosos.
Cusco, la cuna del Tahuantinsuyo nos recibía con un cielo soleado pero con
nubes, clima fresco pero con tenue sensación de frio. Un cielo familiar pero nada
similar al Misti arequipeño. Las casas de allí eran construcciones antiguas y
las calles tenían un aire más colonial. La ciudad prometía tantas nuevas experiencias
y nosotros lo sabíamos.
El primer día recorrimos la ciudad
entera, conocimos el barrio de San Blas, nos fotografiamos junto a la piedra de
los 12 ángulos y caminamos por su Plaza de armas, rodeada por iglesias, nada
extraordinario. El segundo día nos adentramos en los atractivos turísticos, conocimos
el museo Inca de San Antonio de Abad, luego la Fortaleza de Saqsaywaman, lugares
con diversos atractivos pero que casi ignoramos pues creímos eran solo la preparación
para lo que vendría, el sitio del que todos hablaban.
Al tercer día llegó lo esperado, nos dirigimos
finalmente a Machu Picchu. Estábamos ansiosos pues no había nadie que no
hubiese oído de una de las 7 maravillas. Partimos temprano, tomamos el tren que
nos acercaba, recorrimos un largo sendero a pie y esperamos entre grandes
multitudes. Nos prometieron que las picaduras de mosquito, el largo tiempo de
espera y todos nuestros esfuerzos valdrían la pena. 
Así tras muchas molestias llegamos a la
ciudadela de Machu Picchu. Grande fue la sorpresa cuando al llegar ante
nuestros ojos encontramos un enorme cerro de color verde, con colosales
construcciones, frondosos follajes y gran belleza paisajística pero que para
ojos poco preparados no era nada extraordinario y no muy diferentes a las que
ya habíamos visto. Y es que qué iban a saber apreciar la belleza de Machu
Picchu un grupete de niños de 11 años.
Escrito
por Germán Yuca Choque
 
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