Primera crónica
Sin maletas
Esto paso cuando tenía
12 años, en uno de los viajes improvisados de mi papá. Primero nos llama,
pregunta nuestra disponibilidad de tiempo, nos recoge y partimos hacia un rumbo
desconocido. Los pasajeros son los mismos; su madre a quien la conocemos como
“Mama Michu”; la pareja de ella, el “Tío Rinco”; mi hermana Cinthya quien es
dos años menor que yo; y claro, también mi papá. 
Nuestro destino era el
lago Titicaca, 2 días y 3 noches lejos de casa. El viaje comenzó a eso de las 5
de la tarde, mi papá conduciría todo el camino. Como siempre, yo ocupaba el
asiento del copiloto. Ver la carretera y sentir que soy la conductora siempre
me ha gustado. Pero esta era una pista sin fin y el sueño me agotó.
Cuando desperté todo
estaba oscuro, era de noche y no se veía nada. Estábamos en un campo, al
parecer, ahí vivían los familiares de mi tío Rinco. Nos estacionamos frente a
una pequeña casa que parecía abandonada. El frio calaba hasta los huesos, solo quería
dormir. Inclinamos los asientos del carro a modo de cama, nos envolvimos en las
frazadas y  volvimos a dormir.
La mañana reveló más
casas alrededor, además que los adultos habían salido a ver la casa que
teníamos enfrente. Bajé a investigar y observé aquella vivienda, era pequeña de
un solo piso y tenía forma de “L”. Miré por la única ventana que daba iluminaba
el cuarto principal. Dentro se encontraba una pequeña cama cubierta por
frazadas de varios colores, había varios sacos llenos que estaban pegados a la
pared, unas cuantas ollas y cubiertos. 
Mi tío hizo presencia,
mencionó que su familia había salido. Teníamos hambre y decidimos partir a otro
lado en busca de comida. Otra vez nos subimos a aquel vehículo blanco y nos
despedimos de aquella pequeña casa. Era las 7 de la mañana cuando salimos, y 10
cuando encontramos pan. Nuestro viaje aun no acababa, y no había rastros de
ningún lago. Han pasado 8 años desde aquel viaje, no hemos vuelto a ese lugar,
espero poder hacerlo el próximo año y esta vez llegar al lago Titicaca.  
Segunda crónica
Trozos de un frágil amor
El amor en mi casa es
frágil como el cristal, diría que todo se inició cuando tenía 6 años. Era
noviembre cuando mi mamá subió todas nuestras cosas a una camioneta y partimos
rumbo a la casa de su hermano. Sospechaba que mis padres se estaban separando,
aquello no me molestaba. Entendía que papá era un hombre ocupado y ella una
mujer tan frágil como una flor, a pesar de eso, estuvieron juntos todos esos
años. Ese día entendí algo que era evidente, el amor se acaba con el tiempo.
La falta de papá y los
llantos de mamá me hicieron buscar el cariño en otra parte, mi hermana Cinthya
hizo lo mismo. Nos llevamos por dos años, pero no es lo único que nos hacía
diferentes. Podría decirse que ella era como una leona, dispuesta a proteger a
quienes quiere, y tener energía que cansaría a un deportista. Por mi parte, era
todo lo contrario. Tranquila, solo miraba televisión y obedecía a los adultos
con cualquier cosa que me ordenaran. 
Supongo que el odio
nació al ver que no éramos compatibles. Y las preferencias de mi papá y otros
adultos eran evidentes. Tanto que, de manera inconsciente, Cinthya trató de
lastimarme en varias ocasiones. Así, pasaron dos años, fue cuando nos enteramos
del embarazo de mi mamá. Fue la primera vez que Cinthya y yo compartimos un
mismo sueño. Ambas queríamos una hermana, tal vez para compensar el vacío de no
contar con la otra, y nuestras oraciones se cumplieron en el séptimo mes. 
Cuando nació Esther mi
papá no quiso reconocerla, fue cuando quise asegurarme de que ella no lo
necesitara. El enfocarme en ella hizo que me olvidara de Cinthya, la cual se
hizo notar cuando entró a secundaria. Supongo que la presión y la falta de
atención la hicieron entrar en una crisis personal para ser aceptada en su nuevo
colegio. Su diagnóstico arrojó una bulimia y anorexia. Fue cuando recién me di
cuenta del daño que le hice al alejarla de mí solo por ser diferente. Ese golpe
hizo que, de alguna forma, empezáramos a hablar.  
Recordar todo esto es
como ver una vieja foto, es doloroso, pero nos recuerda no repetir el mismo
error con Esther. Hay noches en las que no paramos de hablar, y días en
silencio donde miramos alguna serie o película mientras desayunamos o
almorzamos. No somos perfectas, sabemos que nos podemos romper en cualquier
instante. Pero estamos juntas, eso es lo más importa.
Tercera crónica
Un solitario domingo
Es el segundo día del
mes de agosto, también su primer domingo. Han pasado 19 domingos sin salir de
casa. Por lo general, estos días los solía usar para ir al cine con Daleska o
celebrar el cumpleaños de alguno de mis amigos. Ahora, mi día se resumía en
ordenar mi habitación, poner música a todo volumen y dormir en la tarde para
después amanecerme. 
Son las 10 de la
mañana, hora en la que se escucha desorden y golpes en el techo, al parecer,
están estucando el piso. Escucho como mi mamá sube y baja las gradas mientras
le da órdenes a mi hermana Cinthya. No es que no quiere ayudar, tengo un odio
hacia el maestro de obra pero esa es otra historia. Contemplo el techo y la más
pequeña de la familia se levanta con hambre. Ambas compartimos el cuarto y
cama, por lo que, es a mi quien pide alimento. 
Me duele la cabeza y al
parecer ella lo entiende. A pesar de sus cortos 10 años, Esther es bastante independiente.
Sale del cuarto rumbo a la cocina, para luego de cinco minutos, volver
indicando que hay sopa en la olla. Me levanto con pesadez y la sigo con un
humor de perros, quería seguir envuelta en el calor de las frazadas. Al notar
nuestra presencia, tanto Cinthya como mi mamá nos alcanzaron en la cocina.
Cinthya renegando porque Esther no puede servirse un plato de sopa, y mamá
pensando que decir para que no explote de ira.
Con pocas ganas, acepto
aquella sopa y regreso a mi cuarto, Esther se queda comiendo en la sala,
dejándome sola. Mis ganas de hacer algo se apagan después de la última cucharada
del plato. Prendo la computadora y empiezo a realizar mi tarea de Publicidad,
son pequeños dibujos en Corel Draw que
me recuerdan lo mal organizada que soy por dejar la tarea para el último día de
entrega. Y mi laptop no es de mucha ayuda, se congeló dos veces, lo cual
provoco que mi trabajo se borrara. 
Estaba tan inmersa en
la tarea, que con suerte llegué a percatarme del plato de comida que apareció a
mi lado izquierdo, abriendo mi apetito. Me apresuré todo lo que pude para poder
comer. Mi cuarto se tornó naranja cuando acabé, logré enviar mi parte del
trabajo al grupo y puse el episodio VIII de Star
wars para poder comer tranquila. De alguna forma, estas pequeñas acciones e
imprudencias me recuerdan a mis amigos, y las reuniones que teníamos antes de
todo este desastre. 
 
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