CRÓNICAS DE
CONFINAMIENTO
LAS TEMBLOROSAS ALAS DE LA LIBERTAD
(CRÓNICA
DE VIAJE)
Por la ventanilla podía observar un enorme manto verde.
Era la primera vez que me subía a un avión. Había decidido dejar la universidad
y dedicarme a viajar. Conseguí un trabajo vendiendo sánguches  frente a “la
cató”. Y así pude costearme el viaje a Tarapoto. Mi rutina era sencilla.
Preparar una variedad de cremas, a veces 4 otras 6. Depende del ánimo. Luego
encender las brasas, y por último esperar a que los hambrientos universitarios,
salgan en busca de algún gusto al paso.
Pasaron 3 meses así. Cocinar, trabajar, beber, y
ahorrar. Una máquina. Una monotonía necesaria... No podía dejar de pensar en la
muerte. Por la ventanilla podía observar las alas del avión tiritar. Y no por
el frio. Sino por la velocidad en que se movía el aparato. Había conseguido el
dinero necesario en el tiempo prudente para costear un vuelo barato. Así que
todo lo demás sería un extra. La plusvalía de Marx.
Cuando alzó vuelo. Pude observar la ciudad desaparecer
bajo mis pies. Y observé también las partes más alejadas de esta. Hasta que, a
una mayor altura, todo se volvió un manto café. Luego nubes. Y por sobre ellas,
ignoro a que velocidad, iba con rumbo al norte.
La primera parada seria Lima. El transbordo duró algo
más de una hora. Sólo quedaba recorrer los estantes y escaparates del
aeropuerto, sorprenderme (y burlarme en mi mente) del sobrevalorado precio de
las cosas dentro de ese espacio que no es ni Lima ni el Perú. Y como aún
quedaba tiempo decidí recorrer los alrededores; 
a las afuera y a unos metros de la salida unos ambulante ofrecían un
contraste más agradable y económico. Un buen plato de papitas hervidas y huevo
duro con Ocopa al gusto sería suficiente alimento para amortiguar otra hora y
media más de vuelo.
Luego de pasar el control y lucir el pequeño hueco en
mi media derecha. Estaba listo. El avión despegaría. Y nos alejaría de la gris
ciudad. De su triste pero agitado movimiento. Cuando el avión se alejó, dejamos
una gran masa gris de nubes. Masa gris que abrazaba egoístamente una capital. A
los pocos minutos el entorno cambió.  Era
más claro y vívido. La cordillera de los andes se me presentaba majestuosa e
imponente. Y entre uno que otro pico podía distinguir pequeñas lagunas.
Pequeños oasis de vida que el calentamiento global y la mano del hombre aun no
puede destruir. Pequeñas maravillas que alejaban mi vista del perpetuo temblar
de las alas del avión.
Jesús D. Fernández R. 
 
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