Rutina de cuarentena
La mañana fría me despierta, mis pequeños dedos se deslizan hábilmente por el teclado del ordenador para iniciar las clases on- line, pronto se escucha la voz entrecortada de los maestros y alguna que otra intervención casi por obligación de responder a las constantes preguntas del profesor. Los trabajos grupales y tareas se volvieron un mecanismo de repartir obligaciones y sin más, juntar lo individual un solo documento.
Solo en la mente queda el recuerdo de las voces de aquellos compañeros que nunca opinan y la triste sensación de extrañar las siluetas tan distintas y joviales de amigos y los verdes y familiares escenarios de la universidad.
Las mañanas pasan inadvertidas por la similitud entre una y otra, similitud que tomaron desde iniciada la cuarentena. Estar pendiente de la fecha parece ahora irrelevante ya que en poco o nada cambiará esta.
Las largas horas frente a una pantalla me retumban cual sonidos en la cabeza después de tanto tiempo que me acompaña esa cubierta luminosa, la vista para los miopes como yo también reclama y la piel, por fin en su color natural, en cambio agradece el descanso del quemante sol de la ciudad.
Después, ante las recurrentes malas noticias del noticiero, las interminables crónicas de gente menos dichosa que nosotros, los que podemos estudiar, los inmensos sacrificios de padres y niños por llevarse un pan a la boca, un fuerte golpe de realidad golpea mi conciencia y elimina toda queja, antes manifestada con disgusto, quejas que ahora parecen berrinches infantiles injustificado, frente a tanta desgracia propia y ajenas.
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