martes, 18 de agosto de 2020

Viajeros y presurosos

Una tarde de sábado, en un paseo por la plaza de armas, pude concretar el viaje que tenía pospuesto hace meses. Me iba a Copacabana, lugar que desde hace mucho tiempo  quería visitar con Josceline, mi enamorada en ese entonces y la persona con la cual pensé podría compartir el resto de mis días. Partimos muy temprano, del terminal terrestre y con muchas expectativas llegamos a Puno, donde deberíamos tomar un colectivo hacia la frontera con Bolivia, conocía el lugar pero no sabía cómo llegar exactamente. Las veces anteriores había ido con mis padres y el guía siempre era mi papá, quién conocía parte del lugar y se ubicaba por los nombres.

Llegamos a la frontera, preguntando a algunas personas que también iban al mismo lugar, cambiamos algo de dinero y en otro colectivo enrumbamos hacia Copacabana, famosa por la virgen del mismo nombre y su vista panorámica desde el cerro donde se hace una especie de peregrinación así como lo hacemos en Chapí. Al llegar, fuimos directo a la iglesia, muy visitada por la fe de sus pobladores. Miles visitan a la virgen de Copacabana con autos y combis, decenas de personas se aglomeran para una bendición y poder vestir a su engreído con serpentinas y mistura amarilla para las buenas vibras.

Al medio día, pasada la misa, fuimos por la parte trasera donde se apertura una pequeña capilla para el rezo con velas, el calor es algo insoportable, más en horas de la mañana. Después de orar por la salud de nuestras familias, partirnos rumbo al cerro donde haríamos la peregrinación.

En el lugar hay una especie de estaciones, iguales al vía crucis que se hace en Semana Santa, donde se reza en cada parada y se arrojan piedras como señal de dejar nuestros pecados y seguir por el camino de Jesús.

Apenas pudimos llegar a la mitad del cerro, pues el viaje nos quedó corto y queríamos ir la parte trasera donde, se hacía una especie de ritual. Le arrojas una ofrenda de bebidas y dulces a la “boca del sapo”, piedra en forma de rana que simula la prosperidad y una buena fortuna, si es que logra ingresar tu ofrenda en la misma boca.

Eran casi las 3 de la tarde y presurosos fuimos al pueblo donde almorzamos, algo diferente, pero con muchos buenos recuerdos. El día se acababa, regresamos al hotel donde en la mañana saldríamos de regreso a la aburrida rutina y seguir constantes en nuestros asuntos personales y del trabajo.


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