viernes, 21 de agosto de 2020

LA SIDERAL DESCONEXIÓN


CRÓNICAS DE CONFINAMIENTO


LA SIDERAL DESCONEXIÓN
(DE AMOR)

Nos volvimos a encontrar un primero de enero.  No sé si fue el destino o la casualidad. Esas fechas obligan a recontar el pasado... y apareció ella. Un recuerdo postergado hasta aquel momento. Después, se me hicieron borrosos los meses subsecuentes a la despedida. ¿Qué había hecho medio año? Como una saeta ella volvió a mí.

Uno quiere cerrar ciclos. Siente la necesidad. Pero ¿cuál era móvil de aquel sentimiento?... Una semana pensando en ella y una noche solitaria de año nuevo refrescaron su recuerdo. Y no me dejó en paz durante todo el día. Así, la primera tarde de enero decidí perderme en las calles, escapar de mi mente. Música en mis oídos y cigarro en la mano. Caminé sin rumbo fijo. Calles, autos, semáforos, perros. Una tarde normal.

Pero anocheció, eran las 7 pm. Esa hora la recuerdo muy bien, como si la vida se hubiera detenido. El lugar también. Cementerio la Apacheta. Había decidido descansar en el paradero de buses y refrescar la boca con un caramelo, de los que nunca faltan en el bolsillo. De pronto una pregunta se empezó a filtrar por entre mis auriculares. “¿Jesús?... ¿Jesús?”. Apareció de repente frente a mí.  Mirian había aparecido nuevamente en mi vida. ¿O fui yo en su búsqueda?

Un fuerte y desprevenido abrazo invadió mi espacio personal. Ahí estaba yo, sin saber que decir o hacer, impávido. Haciéndome el valiente. Disimulando ese temblor que empezó una semana atrás. Conversamos amenamente; propio de un encuentro fugaz.

Pero el pasado siempre esta atrás. Y uno no puede vivir con la mirada sobre el hombro. Intercambiamos números telefónicos. Pasamos una semana en silencio... De repente, cada palabra tenía que estar justificada, y cada verso imaginado terminaba en silencio. Una semana después, me llamó.

Pero no hablamos como antes. Aquellas diferencias que antes nos permitieron ser libres, ahora nos impedía atarnos a una relación. Pero no quisimos aceptarlo. Y nos hicimos daño. Dos meses después, volvimos a decirnos adiós. Dos meses después, el teléfono volvió a sonar. Una semana después pactada una cita. Una nueva oportunidad que ambos boicoteamos. Pasaron los días, las semanas, meses. El teléfono no volvería a sonar.

Jesús D. Fernández R.

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