Crónica sobre el amor y la justicia
 
Lo que voy a escribir quizá alguna gente no lo entienda, otros me llamarán cursi y trasnochado;
pero a estas alturas ya no me importa nada lo que digan o piensen de mí. Llevo el silencio y
muchas traiciones encima de mis hombros, varias deserciones pegadas a mis espaldas. Como le
ocurre, supongo, a otras personas, he hallado el rencor, el odio o el desprecio con cierta
frecuencia en medio del camino. No obstante, al final, siempre borro con perdón el daño que me
hacen y las maledicencias, las derribo en silencio y las cubro con ternura para que su hedor no
entre en mis entrañas.
Por todo eso no temo lo que digan. Hablar del amor desde un ángulo distinto al que tanto se usa
en esta sociedad hipócrita, materialista, hedonista y descarnada, conlleva desde el principio cierto
riesgo; si además de soslayo hablamos del perdón, de abrazar o tender la mano a quien nos hiere,
el asunto se vuelve aún más complicado. Uno habla de amor abierto y sin esquinas, de fidelidad a
la tierra y al amigo, a la pareja, a los sueños e ideales. En el amor no cabe la traición, ni la
impostura, el agravio o la mentira. En los últimos meses he visto a jóvenes y adultos luchando y
dándolo todo en oenegés que acaban llevándolos lejos de su tierra a sembrar su ilusión en países
conflictivos o arrasados por el escorpión del hambre.
Mi corazón se llena de preguntas, pero solo hay silencio y desprecio por respuestas. Hoy, más que
nunca, hace falta mucho amor para cambiar el paisaje de un planeta cubierto de olvido, de odio,
de pobreza; pero para hallar la marginalidad, la necesidad más sórdida y flagrante, uno no debe
viajar muchos kilómetros, ni salir del país, ni siquiera abandonar la provincia, ciudad o el pueblo
donde vive. La pobreza, el dolor, el hambre y la impiedad a diario respiran cerca, a nuestro lado, y
si uno tiende en el aire su palabra y la lanza en el rostro sin luz de quienes causan este infierno
terrible y sombrío que nos cerca es tachado, enseguida, de apátrida o traidor, de titiritero puerco y
subversivo. 
Eduardo Pacheco Puma.
 
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