DE UN DESIERTO

El embarazo
de su pareja lo obligó a buscar trabajo sin haber culminado sus estudios. Solo
él sabe que cosas lo obligaron a seguir en tan largos viajes de juventud; el
desconcierto o el temor. La doliente ciudad de Arequipa que hace más de 20 años
no le regalaba la dicha de poder encontrar un trabajo bien remunerado lo obligó
a buscar su destino en otros lugares. 
Enn ese
entonces joven de contextura delgada, ojos negros y tristes, cabello negro
chillo y ahora señor de piel amarilla que se acentúa notablemente en su rostro,
más bien con un ligero sobrepeso que acompaña las primeras luces de sus
cabellos blancos, es mi padre, que ahora, me cuenta otra vez aquellas anécdotas
pasadas, con algo más de entusiasmo y melancolía, que tristeza. 
Entre los
viajes de mochilero sin dinero en el que lo acompañó un amigo igual de joven,
al que llamaban “el flaco” por su esquelética y desgraciada contextura. Llegaron
a muchos valles en donde trabajaron, en la cosecha de arroz, en la pesca de
trucha en los ríos y en el cuidado de ganado en alguna granja también. Pero fue
el desértico paisaje de Mollehuaca, la escasa población y abundante trabajo de
este alejado pueblito, lo que acogió permanentemente en la provincia de
Caraveli a mi padre.
El cariño a
aquel pueblito prevalece en él, y el trabajo que le ofrece aquel casi desierto
lo obligan a viajar 8 horas de Arequipa a Mollehuaca una y otra vez cada 4
meses, para visitarme a mí y mis hermanas. Ahora al ver aquel pueblo cada vez
más viejo cómo mi padre, entiendo el apego por el primer lugar que lo hizo
sentir como en casa.
 
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