Llevando una figura elegante, con una cabellera color negro profundo, corto, rizado, y una piel tan clara y pura como la vida de un infante. Tenía una vestimenta juvenil: unos jeans azules que hacían juego con una chaqueta y un polo blanco, un conjunto sutil. No entiendo por qué llamó tanto mi atención, me dio la impresión que solo existíamos nosotros dos y todos los demás pasajeros en la combi no eran relevantes. Ella era la única que importaba en ese viaje a casa. Solo su propia existencia hacia un contraste a la desoladora imagen de una calle llena de combis, botando enormes cantidades de smog.
Noté que llevaba un cuaderno largo
para dibujar, inmediatamente lo relacione con el arte, y dije para mis
adentros: “Es arte” refiriéndome a su persona y como una pequeña broma, quizá
para quitar un poco la tensión que había dentro de mí.
En el momento que ingresó a la
combi supe que estaba perdido y supe que de alguna manera debía de hablar con
ella, tenía que marcar mi existencia en su vida. Tomando en cuenta que somos
completos desconocidos, pensé que sería muy extraño y el resto de pasajeros
dejaron de no existir y se convirtieron en una calamidad.
El tiempo corría y mi destino
estaba llegando. El día para mi habría sido larguísimo y el incandescente sol
me hizo sudar, “El olor” pensé, daría una muy mala impresión y ella daría una
respuesta negativa. 
Mi tiempo había terminado y solo
me quedaban dos opciones: bajarme resignado o quedarme esperando una ocasión
milagrosa que obligue nuestra interacción. Decidí ser realista, bajarme de la
combi y probar el sabor de la derrota, era el humo, cortesía de la misma combi
que al menos me pudo proporcionar este pequeño pero significativo momento.
 
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