Me cambiaron de vida. Yo tenía una banal
existencia de una estudiante universitaria cualquiera, vivía en Arequipa y
viajaba a Lima para pasar tiempo con mi madre y hermana menor. Sin embargo, el
año 2020, vino lleno de sorpresas y grandes situaciones que seguramente
quedaran como malos antecedentes. Pero, la que sin duda ha afectado con creses a todo
el mundo, es un nuevo virus que ataca sin distinción y que nos llevó a buscar
una “nueva normalidad”.
Mi “nueva normalidad”, es una simple monotonía.
La cuarentena me dejó en Lima y ahora vivo detrás de pantallas. Apenas me
despierto. Pantallas para estudiar. Por las tardes, cuando quieren saber de mí.
Pantallas para conversar. En una ocasión especial. Pantallas para celebrar. Incluso
cuando necesito demostrar y que me demuestren afecto. Pantallas para amar. Soy
prisionera de mi propia habitación. Aunque el gobierno nos dio cierta
“libertad”, no puedo salir de casa a ciertas horas. Pues, si lo hago, sería
prisionera, literalmente.
Ahora, con mis 18 años, también hago las
veces de mamá. Cuando la mujer de rizos canos teñidos a cobrizos se ausenta en
casa, por ir a trabajar. Soy yo quien tengo que controlar a la hiperactividad
hecha una niña, Kiara. Estoy pendiente de sus clases por “Zoom” de 8:30 de la
mañana hasta las 2:45 de la tarde. Claro que tiene un pequeño tiempo para
almorzar y allí también soy la responsable de su alimentación. Por las tardes,
tengo que cerciorame de que haga sus tareas de la manera correcta y explicarle
algo que no haya entendido. Kiara, a veces se confunde y en ocasiones, me llama
“mami”.
Es gracioso como mi vida ha tenido gran
cambio. De una estudiante universitaria arequipeña a una madre prisionera
escondida detrás de una laptop en la gris Lima. Es gracioso, a veces estresante,
pero no me quejo. Ahora, cuando puedo despegar mi mirada de las pantallas,
puedo disfrutar muchísimo más de la mujer que me dio la vida y la niña que me
está dando las ganas de vivirla.
 
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