martes, 18 de agosto de 2020

LLEGADA A LA CIUDADELA INCA

 

Mi llegada a la estación de trenes de Ollantaytambo era una de las últimas paradas antes del tan ansiado Machu Picchu. Conocería una maravilla del mundo, y la emoción ya no cabía en mi cuerpo, ni en el de mi madre, Esther, mi acompañante en este viaje. Nuestro grupo subió a aquella máquina que corría en rieles, lo suficientemente suave y lento para poder apreciar el panorama por el ventanal.

Aquellos árboles de la verde selva de Cusco se extendían hasta el infinito y más allá, mientras que el canto de los animales orquestaba todo el lugar. Perdí la noción del tiempo con mi rostro pegado a la ventana, pues en un instante, mi mamá ya me estaba sacudiendo el hombro para salir de mi hipnosis y bajar del tren.

Al fin pisamos Aguas Calientes, el sol estaba en su punto más alto, y la brisa helada de la mañana se había desvanecido, convirtiéndose en un manto de calor y humedad, alrededor de todo el grupo de excursión. Aquel lugar estaba protegido por montañas de granito cubiertas de abundante vegetación propia de la región. Y poco después, junto al guía nos trasladamos a la estación y entramos al autobús que sería nuestro último recorrido en ruedas. Alrededor de 30 minutos después, terminamos de ascender y llegamos al Santuario Histórico de Machu Picchu.

No me agoté, ni sentí mareos por la altura, que era lo que temía al bajar del autobús. Igualmente, mi acrofobia no se presentó. Tuve suerte, no me sentí mal a pesar de que podía ver las esponjosas nubes al mirar al vacío

Era otro mundo, un universo paralelo donde había retrocedido en el tiempo. Antiguas construcciones de piedra, perfectamente encajadas, edificadas ordenadamente alrededor de una montaña verde y gigante, con campos llenos de pasto, escalones y pasillos sin techo para disfrutar del paisaje, todo eso decorado con la voz del viento infinito a través de las montañas y la tenue luz del sol.

Había muchos turistas de diferentes nacionalidades, pero todos tenían la misma expresión que yo: Alegría y asombro. Mis expectativas no estaban preparadas para tanto, pues Machu Picchu, era, y es, lo más precioso que había visto en mi corta existencia.

 

 

 

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