Mi
llegada a la estación de trenes de Ollantaytambo era una de las últimas paradas antes del
tan ansiado Machu Picchu. Conocería una maravilla del mundo, y la emoción ya no
cabía en mi cuerpo, ni en el de mi madre, Esther, mi acompañante en este viaje.
Nuestro grupo subió a aquella máquina que corría en rieles, lo suficientemente
suave y lento para poder apreciar el panorama por el ventanal.
Aquellos árboles de la verde selva de Cusco se extendían
hasta el infinito y más allá, mientras que el canto de los animales orquestaba
todo el lugar. Perdí la noción del tiempo con mi rostro pegado a la ventana,
pues en un instante, mi mamá ya me estaba sacudiendo el hombro para salir de mi
hipnosis y bajar del tren.
Al fin pisamos Aguas Calientes, el sol estaba en su punto
más alto, y la brisa helada de la mañana se había desvanecido, convirtiéndose
en un manto de calor y humedad, alrededor de todo el grupo de excursión. Aquel
lugar estaba protegido por montañas de granito cubiertas de abundante
vegetación propia de la región. Y poco después, junto al guía nos trasladamos a
la estación y entramos al autobús que sería nuestro último recorrido en ruedas.
Alrededor de 30 minutos después, terminamos de ascender y llegamos al Santuario
Histórico de Machu Picchu.
No me agoté, ni sentí mareos por la altura, que era lo
que temía al bajar del autobús. Igualmente, mi acrofobia no se presentó. Tuve
suerte, no me sentí mal a pesar de que podía ver las esponjosas nubes al mirar
al vacío
Era otro mundo, un universo paralelo donde había
retrocedido en el tiempo. Antiguas construcciones de piedra, perfectamente
encajadas, edificadas ordenadamente alrededor de una montaña verde y gigante,
con campos llenos de pasto, escalones y pasillos sin techo para disfrutar del
paisaje, todo eso decorado con la voz del viento infinito a través de las montañas
y la tenue luz del sol.
Había muchos turistas de diferentes nacionalidades, pero
todos tenían la misma expresión que yo: Alegría y asombro. Mis expectativas no
estaban preparadas para tanto, pues Machu Picchu, era, y es, lo más precioso que
había visto en mi corta existencia.
 
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